jueves, 28 de noviembre de 2013

Cuando éramos reyes

Cuando se une la estación propicia, una cierta tendencia personal, y los recuerdos de una reciente visita de un gran grupo de amigos que está fortaleciendo lazos contra corriente, no queda más que rendirse a la melancolía, aunque sea un poco.

La sensación es estar juntos y saber que sería un día histórico aunque estuviésemos en el peor lugar del planeta. Que estamos en el foco del mundo y el resto son personajes secundarios que no saben lo que se les viene encima, para bien o para mal. Que la ciudad en la que estemos puede ser un escenario del GTA totalmente dispuesto para nosotros. Que cada conversación sobrepasa cualquier diálogo de Tarantino. Que deberíamos contratar a un tipo para que nos siguiera y nos hiciera un documental. Que todo es posible, que somos los mejores. Que tenemos que disfrutar y atesorarlo todo, porque estas reuniones valen su peso en oro.

 Porque algún día miraremos atrás. De hecho ya lo hacemos. Y pensaremos que qué buenos aquéllos años, cuando nos íbamos a comer el mundo, cuando éramos reyes. Lo bueno es que lo recordaremos juntos tomando una cerveza. ¡Por los amigos!

Cuando éramos reyes, de Quique González:


martes, 12 de noviembre de 2013

It's all in the game

Los que hayan visto The Wire recordarán esa frase, que define al mejor personaje de esa gran serie, Omar Little. Se trata de un ladrón de traficantes de los suburbios de Baltimore, un tipo totalmente imprevisible que anuncia su llegada silbando una canción infantil y va armando hasta los dientes. Su sola presencia infunde respeto, es capaz de salir a por el desayuno en bata y pijama sin ningún temor. Nunca se sabe dónde está, salvo un domingo al mes en el que acompaña a su abuela a la iglesia con total tranquilidad. Es parte del juego, los días del señor son tiempo de tregua, para estar con la familia.

 Omar conoce sus reglas mejor que nadie, y lo practica siguiendo su propio código moral: no dañar a nadie que no sea jugador. ¿Qué es el juego? El tráfico de drogas y todo lo que lo rodea, desde los que venden en las esquinas, los policías que los arrestan, los soldados, el "músculo", los ladrones, los soplones... Cada uno tiene su papel, tiene unas tareas y los riegos que conlleva. Es un juego eterno, en el que ellos no son más que la encarnación temporal de cada uno de los roles. Y el que mejor lo desempeña es el que más claro lo tiene.

Pero bueno, no nos pongamos nostálgicos. The Wire daría para muchas entradas, pero hoy he venido a hablar de otro juego, del eterno cortejo hombre-mujer en el mundo de la noche. Esos sempiternos escarceos, el mundo del ligoteo, las fichas, las cosas del pillar y del papar.

Porque es un juego también. Hay unas reglas, unos equipos, diferentes roles, unas veces se gana, otras se pierde, otras parece que has ganado pero al día siguiente viendo el Facebook te das cuenta que no... Nos ha pasado a todos, no digáis que no. Unos tienen más tendencia a que les pase que otros, eso sí. Yo de momento estoy contento con mi porcentaje de orcos, y eso que he pasado grandes épocas de sequía, forzosas o voluntarias.

Llegamos una buena pandilla de chicos a una discoteca. En el seno de nuestro grupo a buen seguro se pueden apreciar diferentes perfiles. Una primera división sería la de jugadores o no jugadores. Los no jugadores pueden ser por no estar en el mercado (novias, objetivos a punto de conquistar) o por pura resignación (falta de confianza, fealdad extrema o palomismo galopante). Bueno, habría otra categoría en la que se situarían tipos que no quieren pillar por convicciones propias distintas a las que hemos dicho, tales como preservar su virtud. Pero bueno, de ésos solo conozco a uno y se sospecha que se masturba con el catálogo de Ikea, apartado de lámparas. Así que no es representativo.

Dentro de los jugadores también hay diferentes roles. Tiene más complejidad de lo que parece, estamos hablando incluso de formaciones: en punta de flecha, en abanico, en primero el pesado y luego el majo para aprovechar el contraste... Eso cuando hay colaboración entre los diferentes miembros del grupo claro. En mi grupo de amigos no suele ser así. Pero bueno, si scalextric era competición, ¡cómo no lo va a ser el pillaje!


Los hay que son killers, entablan conversación con cualquier grupo de tías sin problemas, todo son risas, un par de bailes y metida de boca y está hecho. La vida es demasiado fácil para ellos. De vez en cuando son rechazados, pero las hostias les resbalan y pasan al siguiente objetivo sin pensárselo dos veces. He de reconocer que a veces los envidio, pero a la hora de la verdad no me cambiaría por ellos. No se disfruta lo mismo ganando la liga con el Dépor que con el Madrid, pajarracos.

Mis amigos dicen de mi que soy más de los de hablar y hablar, demasiado tiempo casi siempre, y contarles mi vida. Es decir, pegar unas chapas de la hostia. De esto se deriva el gracioso concepto de ser un chapista. Mal que me pese lo soy muchas veces, pero ellos tambiénlo son en ocasiones, y me siento orgulloso cuando los veo con las gafas de soldar y el soplete, pegando unas chapatorias épicas. Además, a la escuela chapista suelen pertenecer bellísimas personas que obtienen resultados modestos. Así es el juego, ser cabrón en su justa medida siempre ha rendido bien.

Cuando hablo del juego me refiero a la interacción que va desde el primer contacto hasta que estás papando. Luego falta ver si copulas o no esa noche, pero ahí ya hay un grado de intimidad entre los dos y tiene menos chicha lo que se dice o no. En esos intercambios hay cosas que se pueden decir y cosas que no, cosas que hay que dejar ver y cosas que ocultar. Decir algo, ver la reacción que provoca, escuchar qué dice y adivinar cómo puede ser realmente... Todo esto intentando estar rápido de mente, simpático e interesante a pocos centímetros de alguien que te atrae físicamente y bajo los efectos de unos cuantos copazos, que si eres tímido serán bastantes seguro.

Con la práctica se adquieren una serie de habilidades, recursos y poses que vas utilizando. La verdad es que jugar por jugar es divertido, se echa de menos cuando no estás soltero. Ir a por chicas, hablar con ellas, vacilar, intentar, fracasar, conseguir, decir algo inesperado y ver cómo reacciona... Pero lo mejor es cuando estás ahí en plenas evoluciones rutinarias y de repente ves que una te gusta realmente, y no sólo físicamente. Y dices, joder, a ésta sí que me gustaría conocerla. O cuando ella te dice algo así como mira, sé que esto es un juego y vete a otras con ese cuento. Me encanta ese salirse del papel y romper con la farsa a base de naturalidad. El problema es que eso también puede ser un recurso, y cuando de verdad te sucede puede que no te crean. Ahí te embarga la desesperación, pero no debes rendirte. Demuéstraselo. "Consejitos vendo y para mí no tengo", como diría mi amigo Martínez. Pero bueno, siempre he sido un teórico.

Como ya dije al principio, no somos más que la encarnación temporal de cada uno de los roles, como la eterna persecución del guepardo y la gacela. Pero no es algo banal. Esas dudas de me acerco o no me acerco, esa inquietud de no saber si le gustas o no, el nerviosismo al tirarse al vacío antes de besarla, el irte a casa derrotado bajo la lluvia... Mil anécdotas, puede que alguien importante en tu vida, o más muescas en el revólver, que nunca vienen mal. Ese no saber cómo pudiste sacar temas y temas durante horas si eres de la escuela chapista, o no recordar qué cojones dijiste para que al final cayera. Y lo mejor: esa sensación al día siguiente de haber triunfado al verte en el espejo del baño todo resacoso, con ojeras, esa media sonrisa y pensar: "Sí, joder. Soy el puto amo".

Todo eso está en el juego. Es muy divertido, así que chicas, jugad un poco más. Ya lo decía el amigo Omar con el que abría el post: All in the game, yo. All in the game.



lunes, 25 de marzo de 2013

La caverna

Sábado a las siete de la tarde, día gris que amenaza lluvia, para variar, me dirijo a mi puesto de trabajo, sito en un centro comercial. La velocidad con la que me aproximo a semejante engendro arquitectónico disminuye conforme me voy acercando, hasta acabar formando parte de una pequeña caravana de utilitarios que van en procesión dando vueltas alrededor del centro neurálgico de la ridiculez del progreso mal entendido, buscando aparcamiento y peleándose como auténticas aves de rapiña por un mísero hueco de dos metros de asfalto libre delimitado por dos rayas blancas.

Cuando me veo perdiendo veinte minutos de mi vida dando vueltas alrededor de un centro comercial, rodeado de esforzados padres que llevan a su familia a ese magnífico y maravilloso lugar de ocio me invade una rabia sorda que me nace en la boca del estómago. No puede evitar sentirme como si alguna entidad superior hubiera tirado de una cisterna gigante, y nosotros, pobres coches  buscando aparcamiento, no fuéramos más que trozos de mierda dando vueltas, cada vez más cerca de ese sumidero que es el centro comercial, dispuesto a tragarnos y llevarnos a la fosa séptica de la estupidez humana.


Finalmente consigo estacionar el coche, salgo dando un portazo y se abren las puertas autómaticas a mi paso. Entro en esa pequeña pero nociva atmósfera propia del centro comercial, caracterizada por calor, humedad, poco oxígeno y ese peculiar olor a sudor de niños y ancianos, aderezado con los chillidos de los primeros y las flatulencias de los segundos, que huelen a camposanto. Atravieso rápidamente todo el complejo, arrepintiéndome de haber aparcado el coche y no haber hecho un alunizaje y entrado a sangre a fuego en el recinto, cayesen los que cayesen. Me meto en el vestuario, respiro hondo, me pongo el uniforme y ensayo mi mejor sonrisa para tratar con esos hijos de la gran puta.



Vamos a ver, yo entiendo que se vaya al centro comercial al cine o un día de compras, aprovechando la única virtud que tiene, la gran concentración de tiendas una al lado de otra. Pero me canso de ver familias enteras que acuden todos los fines de semana, dejan a los niños sueltos por ahí mientras ellos se toman un café y se funden el sueldo. El centro comercial lleno de gente y el centro de la ciudad completamente muerto. Es artificial y absurdo trabajar toda la semana para luego meterse entre cuatro paredes grises abarrotadas a gastar y gastar en chorradas. Y los niños, que ahora están sobreprotegidos, jugando al fútbol a patadas con el mobiliario, para desesperación de los pobres trabajadores del centro y bajo la atenta mirada de sus  padres, los cuales no les dejan hacer nada solos hasta los 14 años, momento en el cual empiezan a ir a los  parques a fumar porros y chupar pollas. Puta vida.

Id a un restaurante, a dar una vuelta por el centro de la ciudad, que también hay tiendas, llevar a los niños a un parque o dejarles que vayan a jugar al fútbol y tirar petardos, id al campo, a la nieve a la playa... Pero dejad de humillaros y no os metáis en ese burbuja absurda, pálido reflejo de lo que hay fuera, que es un puto centro comercial. Ya lo decía Saramago en "La caverna", terminaremos haciendo viviendas y pequeños parquecillos en  los centros comerciales, y al final toda nuestra vida se desarrollará en esas cuatro paredes, metidos voluntariamente en una caverna que no es más que un remedo del auténtico mundo que está ahí fuera.

Espabilad, coño.