lunes, 25 de marzo de 2013

La caverna

Sábado a las siete de la tarde, día gris que amenaza lluvia, para variar, me dirijo a mi puesto de trabajo, sito en un centro comercial. La velocidad con la que me aproximo a semejante engendro arquitectónico disminuye conforme me voy acercando, hasta acabar formando parte de una pequeña caravana de utilitarios que van en procesión dando vueltas alrededor del centro neurálgico de la ridiculez del progreso mal entendido, buscando aparcamiento y peleándose como auténticas aves de rapiña por un mísero hueco de dos metros de asfalto libre delimitado por dos rayas blancas.

Cuando me veo perdiendo veinte minutos de mi vida dando vueltas alrededor de un centro comercial, rodeado de esforzados padres que llevan a su familia a ese magnífico y maravilloso lugar de ocio me invade una rabia sorda que me nace en la boca del estómago. No puede evitar sentirme como si alguna entidad superior hubiera tirado de una cisterna gigante, y nosotros, pobres coches  buscando aparcamiento, no fuéramos más que trozos de mierda dando vueltas, cada vez más cerca de ese sumidero que es el centro comercial, dispuesto a tragarnos y llevarnos a la fosa séptica de la estupidez humana.


Finalmente consigo estacionar el coche, salgo dando un portazo y se abren las puertas autómaticas a mi paso. Entro en esa pequeña pero nociva atmósfera propia del centro comercial, caracterizada por calor, humedad, poco oxígeno y ese peculiar olor a sudor de niños y ancianos, aderezado con los chillidos de los primeros y las flatulencias de los segundos, que huelen a camposanto. Atravieso rápidamente todo el complejo, arrepintiéndome de haber aparcado el coche y no haber hecho un alunizaje y entrado a sangre a fuego en el recinto, cayesen los que cayesen. Me meto en el vestuario, respiro hondo, me pongo el uniforme y ensayo mi mejor sonrisa para tratar con esos hijos de la gran puta.



Vamos a ver, yo entiendo que se vaya al centro comercial al cine o un día de compras, aprovechando la única virtud que tiene, la gran concentración de tiendas una al lado de otra. Pero me canso de ver familias enteras que acuden todos los fines de semana, dejan a los niños sueltos por ahí mientras ellos se toman un café y se funden el sueldo. El centro comercial lleno de gente y el centro de la ciudad completamente muerto. Es artificial y absurdo trabajar toda la semana para luego meterse entre cuatro paredes grises abarrotadas a gastar y gastar en chorradas. Y los niños, que ahora están sobreprotegidos, jugando al fútbol a patadas con el mobiliario, para desesperación de los pobres trabajadores del centro y bajo la atenta mirada de sus  padres, los cuales no les dejan hacer nada solos hasta los 14 años, momento en el cual empiezan a ir a los  parques a fumar porros y chupar pollas. Puta vida.

Id a un restaurante, a dar una vuelta por el centro de la ciudad, que también hay tiendas, llevar a los niños a un parque o dejarles que vayan a jugar al fútbol y tirar petardos, id al campo, a la nieve a la playa... Pero dejad de humillaros y no os metáis en ese burbuja absurda, pálido reflejo de lo que hay fuera, que es un puto centro comercial. Ya lo decía Saramago en "La caverna", terminaremos haciendo viviendas y pequeños parquecillos en  los centros comerciales, y al final toda nuestra vida se desarrollará en esas cuatro paredes, metidos voluntariamente en una caverna que no es más que un remedo del auténtico mundo que está ahí fuera.

Espabilad, coño.